06 junio 2013

Miedo: el techo invisible (415)

fernando-abadia_gente_bus
Imaginaos que hay un tablón de madera en el suelo, de unos seis metros de largo y quince centímetros de ancho. ¿Podríais caminar por él sin caeros?. Ahora, imaginaros ese mismo tablón a una altura de treinta metros, suspendido entre dos edificios. ¿Os atreveríais a caminar por él?. Seguro que muchos de los que habéis respondido "Sí" a la primera pregunta, habréis dicho "No" a la segunda. Pero, ¿qué ha cambiado?.
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La capacidad técnica que se requiere para la tarea, seguro que no. Es el mismo tablón. Pero, por alguna razón no estamos muy seguros de caminar por él. Lo único que ha cambiado es la consecuencia de cometer un error. De repente, un leve error significa la muerte... o al menos varios huesos rotos. Percibir la consecuencia de un error hace que se prefiera no emprender una actividad que, unos instantes antes, se consideraba rematadamente fácil.
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Todd Henry -autor del libro Creatividad Práctica-, utiliza el ejemplo anterior para explicar por qué es habitual entre los creativos, el no arriesgarse por miedo a lo que pueda pasar. En la mayoría de los casos, nuestros miedos son exagerados. Este miedo lo divide en dos categorías: el miedo al fracaso y, lo que es peor, el miedo al éxito. En éste post sólo hablaré del primero.
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Miedo al fracaso
Seguramente es el que nos viene a la cabeza cuando pensamos en el miedo. Evitamos los riesgos porque no queremos equivocarnos. Pero el trabajo creativo siempre es el resultado de asumir algún riesgo. Para lograr algo bueno debemos mirar más allá de nuestro entorno inmediato y arriesgarnos a que nuestras ideas fracasen. Si nos forzamos a ir más allá de las convenciones, es inevitable que otros piensen que algunas de nuestras ideas son malas, pero, al final, las consecuencias negativas de no arriesgarse nunca son mucho mayores que el hecho de que alguien menosprecie lo que haces. Toda una vida de mediocridad es un precio muy alto para sentirse a salvo.
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Nos preocupa nuestra reputación. El qué dirán. Es preciso dejar las zonas donde nos sentimos cómodos y las cosas son fáciles para forzarnos a dar lo mejor de nosotros mismos. Cuando reducimos nuestra implicación creativa por miedo a lo que los demás pueden pensar, estamos "elevando el tablón". Exageramos las posibles consecuencias de un error, de modo que, en lugar de hacer lo que deberíamos, algo que nos apasiona o algo que realmente creemos que puede ser importante, damos un paso atrás. Nos conformamos. Aceptamos la mediocridad.
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El dibujo que encabeza éste post lo realicé la semana pasada en el autobús que sale de la estación Delicias. ¿Qué hago?, ¿lo dibujo o no?, y ¿si no me sale bien?.... casi mejor que no. Total, enseguida me bajo y además, lo tengo justo enfrente. En aquella ocasión, la respuesta a la segunda pregunta fue sí, y el resultado me gustó.
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En mi caso es el dibujo, en el tuyo quizás sea hablar en público, exponer una idea o llevar a cabo un proyecto personal. Os animo a que  crucéis ese tablón esté donde esté. No os quedéis sólo en un pensamiento.
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Buena Cortesía

2 comentarios:

Margarita dijo...

Pues cada uno tenemos nuestro propio tablón, es verdad. Doy fe. Y el maldito, no importa que sea anccho como una puerta, se velve un hilillo a la hora de cruzarlo...
Tu dibujo fantástico, como siempre. He sentido como propia esa sensación de "ay, que me está viendo..." Pues yo estoy en la tarea de acometer mis míseros apuntillos alla prima, sin poder enmendar nada, y sin preocuparme del total parecido y exactitud, con mi pluma Lamy y mi agenda reciclada. Y en público, aunque en plan discretísimo, cual detective. Los resultados, regulares, pero hechos: un pasito para cruzar mi propio tablón compuesto de "varias y diferentes tablitas". Así que tu post me viene genial como ayuda.

Abrazotes

ANAIS G. BURGOS dijo...

Absolutamente de acuerdo, amigo Fernando. El ejemplo del tablón es totalmente real y claro...
Cuántas veces me pasa a mi eso... :(
Seguiremos luchando contra "los fantasmos"
Un abrazo!